La protesta social como escenario necesario de pulsiones institucionalizadas y de pulsiones mucho más trasgresoras y espontáneas |
El sistema monetario internacional bajo el lente de la protesta social
Publicado por: Miguel Ángel Guerrero Ramos
ssociologos.com/
Entre las muchas veces difusas y complejísimas aristas entre las cuales se desenvuelven las políticas y las reestructuraciones del Fondo Monetario Internacional, o de las distintas instituciones que conforman el Banco Mundial, rara vez encontramos frenos sociales o resistencias o protestas de gran peso y trascendencia que hagan declinar o revertir algunas de dichas políticas y reestructuraciones. Ahora bien, acerca de la protesta social, bien podemos decir que en un escenario social envuelto en una compleja red de luchas y tensiones entre grupos o en el plano más común de lo cotidiano y la normalidad, existe una serie de marcos, ideas o contextos por los cuales una protesta social puede llegar hoy por hoy a ser aceptada, o rechazada o incluso criminalizada. De igual forma, existen entidades, grupos, discursos e instituciones sobre los cuales se prefiere hacer recaer una protesta, como por ejemplo un gobierno local o un determinado decreto. Partiendo de allí, en el presente texto hablaré brevemente acerca de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944 y de cómo muchas protestas han tenido una “causa invisible” en contra de dichos acuerdos, o en contra de acuerdos similares, aun sin que los actores participes estén totalmente conscientes de ello. Una “causa invisible”, a decir verdad, en contra de ciertos patrones y esquemas estructurales que mantienen y reproducen cada día fuertes desigualdades.
Un mundo globalizado y con una desigual jerarquización productiva y financiera internacional, es un mundo que tiende a reconocer el derecho básico de la protesta social al mismo tiempo que la reprime, la complejiza y en muchas ocasiones, incluso, la criminaliza. La protesta social, de hecho, posee esa ambivalencia, ese doble y antagónico entendimiento. La protesta social, además, ha sido desde los inicios de la civilización la máxima expresión del descontento y la resistencia y su fuerza transformadora ha sido motor de cambios realmente únicos y significativos. No obstante, hoy en día vivimos en un mundo con una dominación no solo de tipo vertical, sino horizontal (Tedesco: 2012), un mundo con distintos tipos de capital y estructuras de poder, de ahí que se protesta, pero los aspectos o, más bien, los entes concretos contra los que hay que protestar, ya sean estos de índole física o discursiva, ya no son tan fácilmente identificables como en los tiempos de antaño.
Sucede entonces, de esta forma, en el ámbito continuamente dinámico de lo social, algo muy semejante a lo que Vanessa Bravo (2012) afirma que sucede con la red y la información digital, es decir, que existen nodos, los cuales, independientemente de su localización territorial, se conectan entre sí a través de una miríada de pasos y relevos. De esta forma, la información viaja a través de los diferentes nodos sin establecer distribuciones jerárquicas verticales a priori y, cuando lo hace, está el problema ya mencionado líneas atrás de los relevos. Debido a ello, el poder se despliega en forma de redes que se interconectan y se relevan, por lo que a veces es difícil identificar la entidad estructural concreta ante la cual hay que desplegar una determinada protesta, la cual, cabe decir, no es otra cosa más que la expresión del descontento en un mundo que se caracteriza por su desigualdad en los sistemas productivos, en lo jurídico e incluso en lo cultural y educativo. Por otra parte, no hay que olvidar lo que nos dice David García Casado (2010), que la resistencia social en nuestras sociedades se ha homogeneizado y ha perdido mucha potencia a causa de las nuevas y más sutiles formas de represión del mundo de hoy, caracterizadas no ya por la usurpación o trasgresión directa de los derechos fundamentales de los individuos sino por la contención y homogeneización de sus pasiones.
Entre las muchas veces difusas y complejísimas aristas entre las cuales se desenvuelven las políticas y las reestructuraciones del Fondo Monetario Internacional, o de las distintas instituciones que conforman el Banco Mundial, rara vez encontramos frenos sociales o resistencias o protestas de gran peso y trascendencia que hagan declinar o revertir algunas de dichas políticas y reestructuraciones. Ahora bien, acerca de la protesta social, bien podemos decir que en un escenario social envuelto en una compleja red de luchas y tensiones entre grupos o en el plano más común de lo cotidiano y la normalidad, existe una serie de marcos, ideas o contextos por los cuales una protesta social puede llegar hoy por hoy a ser aceptada, o rechazada o incluso criminalizada. De igual forma, existen entidades, grupos, discursos e instituciones sobre los cuales se prefiere hacer recaer una protesta, como por ejemplo un gobierno local o un determinado decreto. Partiendo de allí, en el presente texto hablaré brevemente acerca de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944 y de cómo muchas protestas han tenido una “causa invisible” en contra de dichos acuerdos, o en contra de acuerdos similares, aun sin que los actores participes estén totalmente conscientes de ello. Una “causa invisible”, a decir verdad, en contra de ciertos patrones y esquemas estructurales que mantienen y reproducen cada día fuertes desigualdades.
Un mundo globalizado y con una desigual jerarquización productiva y financiera internacional, es un mundo que tiende a reconocer el derecho básico de la protesta social al mismo tiempo que la reprime, la complejiza y en muchas ocasiones, incluso, la criminaliza. La protesta social, de hecho, posee esa ambivalencia, ese doble y antagónico entendimiento. La protesta social, además, ha sido desde los inicios de la civilización la máxima expresión del descontento y la resistencia y su fuerza transformadora ha sido motor de cambios realmente únicos y significativos. No obstante, hoy en día vivimos en un mundo con una dominación no solo de tipo vertical, sino horizontal (Tedesco: 2012), un mundo con distintos tipos de capital y estructuras de poder, de ahí que se protesta, pero los aspectos o, más bien, los entes concretos contra los que hay que protestar, ya sean estos de índole física o discursiva, ya no son tan fácilmente identificables como en los tiempos de antaño.
Sucede entonces, de esta forma, en el ámbito continuamente dinámico de lo social, algo muy semejante a lo que Vanessa Bravo (2012) afirma que sucede con la red y la información digital, es decir, que existen nodos, los cuales, independientemente de su localización territorial, se conectan entre sí a través de una miríada de pasos y relevos. De esta forma, la información viaja a través de los diferentes nodos sin establecer distribuciones jerárquicas verticales a priori y, cuando lo hace, está el problema ya mencionado líneas atrás de los relevos. Debido a ello, el poder se despliega en forma de redes que se interconectan y se relevan, por lo que a veces es difícil identificar la entidad estructural concreta ante la cual hay que desplegar una determinada protesta, la cual, cabe decir, no es otra cosa más que la expresión del descontento en un mundo que se caracteriza por su desigualdad en los sistemas productivos, en lo jurídico e incluso en lo cultural y educativo. Por otra parte, no hay que olvidar lo que nos dice David García Casado (2010), que la resistencia social en nuestras sociedades se ha homogeneizado y ha perdido mucha potencia a causa de las nuevas y más sutiles formas de represión del mundo de hoy, caracterizadas no ya por la usurpación o trasgresión directa de los derechos fundamentales de los individuos sino por la contención y homogeneización de sus pasiones.